Seid Visin era un joven nacido en Etiopía y adoptado por una pareja italiana. En enero de 2019 escribió una carta que envió a algunos amigos y a su psicoterapeuta. Seid se suicidó con solo 20 años la semana pasada en casa de sus padres. La carta fue leída en su funeral, que tuvo lugar el sábado 5 de junio. En ella habla de la situación en Italia. Considero, sin embargo, que lo que describe también nos concierne. Por esa razón he traducido su carta al español. Aquí tienen el texto íntegro:
«Ante este particular escenario sociopolítico que se cierne sobre Italia, yo, como persona negra, me siento inevitablemente interpelado. No soy un inmigrante. Fui adoptado cuando era un niño. Antes de este gran flujo de inmigración, recuerdo con cierta arrogancia que todo el mundo me quería. Dondequiera que estuviera, dondequiera que estuviese, dondequiera que fuera, todos se acercaban a mí con gran alegría, respeto y curiosidad. Ahora, en cambio, este ambiente de paz idílica parece muy lejano; parece como si místicamente todo se hubiera puesto patas arriba, observo que el invierno se ha abalanzado con extrema impetuosidad y vehemencia, sin avisar, en un día sereno de primavera.
Ahora, vaya donde vaya, esté donde esté, siento sobre mis hombros, como un peñasco, el peso de las miradas escépticas, prejuiciosas, asqueadas y asustadas de la gente. Hace unos meses conseguí un trabajo que tuve que dejar porque demasiada gente, en su mayoría ancianos, se negaban a ser atendidos por mí y, por si fuera poco, como si no me sintiera ya incómodo, también me culpaban de que muchos jóvenes (blancos) italianos no encontraran trabajo.
Después de esta experiencia, algo cambió dentro de mí: como si en mi cabeza se hubieran creado automatismos inconscientes a través de los cuales aparecía en público, en la sociedad, diferente de lo que realmente soy; como si me avergonzara de ser negro, como si tuviera miedo de que me confundieran con un inmigrante, como si tuviera que demostrar a la gente, que no me conocía, que era como ellos, que era italiano, que era blanco. Lo cual, cuando estaba con mis amigos, me llevaba a hacer bromas de mal gusto sobre los negros y los inmigrantes, incluso con un aire imponente decía que era racista con los negros, como si dijera, como si enfatizara que no era uno de esos, que no era un inmigrante.
Sin embargo, lo único imponente, lo único comprensible en mi camino era el miedo. El miedo por el odio que veía en los ojos de la gente hacia los inmigrantes, miedo por el desprecio que sentía en la boca de la gente, incluso de mis parientes que no paraban de invocar con nostalgia a Mussolini y de llamar al «Capitán Salvini». La decepción de ver a unos amigos (no sé si puedo seguir llamándolos así) que cuando me ven corean al unísono el estribillo «Casa Pound». El otro día, un amigo mío, que también es adoptado, me contó que hace tiempo, mientras jugaba al fútbol con sus amigos, feliz y despreocupado, se le acercaron unas señoras y le dijeron: «disfruta de este tiempo, porque dentro de poco vendrán y te devolverán a tu país».
Con estas palabras mías, crudas, amargas, tristes, a veces dramáticas, no quiero mendigar compasión o lástima, sino sólo recordar que el malestar y el sufrimiento que estoy experimentando son una gota de agua en comparación con el océano de sufrimiento que están experimentando aquellas personas con una dignidad fuerte y vigorosa, que prefieren morir antes que llevar una existencia en la miseria y el infierno. Esas personas que arriesgan su vida, y muchos ya la han perdido, sólo por oler, por probar, por degustar el sabor de lo que simplemente llamamos Vida.»
Pueden leer la versión original de la carta en el siguiente enlace: